29 de abril de 2011

Bajo llave


— Qué estás haciendo?
Cierro la puerta con llave.
Por qué?
Tengo miedo.
Estamos los dos juntitos en casa, nada malo puede pasarnos. A qué tienes miedo?
A que entre el pasado y me robe...

25 de abril de 2011

De fantasía y metáfora

No me he enterado hasta la última página, pero que mi adorado Juantxu, el bajista de Platero y tú, haya participado, aunque sea de refilón, en ‘El viaje íntimo de la locura’, el debut como novelista de Robe Iniesta, ha hecho que la obra sumase un montón de puntos. Sí, lo siento. A veces me gusta simplificar y detalles sin importancia como éste me hacen de pronto reflexionar y llegar a una conclusión completamente alejada de la anterior. Forma parte de mí y no voy a dejar de hacerlo. Y aunque me esperase muchísimo más de la prosa de un señor que con sus versos en forma de canción me ha hecho estremecerme una y mil veces, no voy a ser dura. Precisamente porque esta historia ha salido de una pluma, que es responsable directa de que mi vida tenga banda sonora.


Con todo lo que ya he dicho, os imaginaréis que las expectativas eran grandes, muy grandes. Cuando, por fin, conseguí comprar el libro (era de suponer que si se agotan las entradas de sus conciertos, también se agotase la novela) esperaba más de lo mismo. Es decir, una historia audaz, urbana, real, dura, sincera, a corazón palpitante abierto, en un estilo descarnado y, sin embargo, rebosante de poesía. ¿Quién dijo que no hay lírica en ese “me levanté hasta los huevos de vivir”?


Así se despierta una mañana don Severino, el protagonista de esta novela. Cansado y tremendamente aburrido. Tanto que es capaz de transmitírselo al lector página tras página en una cotidianidad repleta de hastío que te plantea si acaso nuestras vidas no son iguales: rectas, ordenadas, marcadas, sin oportunidad de volar, sin fantasía…


De fantasía tiene mucho esta obra, cargada de metáforas (en ocasiones, demasiado fáciles) que nos hacen reflexionar en torno a si estamos donde queremos estar o si somos lo que queremos ser. El problema es que este simbolismo, esa revolución que tiene lugar en el interior del personaje (y por simpatía o empatía en nosotros mismos), es redundante y te quedas con la sensación que llevas 100 páginas leyendo lo mismo. Afortunadamente, un último giro, muy jugoso, hace que esta historia sobre el individualismo y la libertad reconvertida en cuento de hadas te deje buen sabor de boca.

14 de abril de 2011

No pases por el aro, lee ‘Deseo de ser punk’

“Ahora prefiero ser un indio que un importante abogado”, de Robe Iniesta, o “deseo de ser piel roja”, de Leopoldo María Panero, o “deseo de ser punk”, del que ahora me ocupo, de Belén Gopegui. Todas estas frases tienen un denominador común: buscar un lugar para no dejarse devorar por la mediocridad, por el sistema, por lo políticamente correcto. En esas está Martina, la protagonista de esta brillante novela, una adolescente de 16 años que busca en la música, y no en cualquiera, la manera de afrontar el doloroso tránsito de hacerse mayor, cuando uno empieza a preguntarse por qué las cosas son como son y no como deberían ser. Reincidentes, Fe de Ratas, Leño o Johnny Cash, entre otros, se convierten en sus compañeros de viaje.


Con semejante presentación queda claro que no puedo ser objetiva con esta obra. Quizá porque esta Pilar se pareció un día demasiado a aquella Martina. Yo también estuve perdida entre la frivolidad de supuestos amigos que me parecían marcianos. Yo también me preguntaba por qué a mi alrededor vivían su personal día de la marmota algunos rebeldes de antaño, hoy domesticados. Yo también busqué respuestas tarareando “uh, cerebros aplanaos; uh, ilusiones dirigidas; viejos de nuestra edad; vaya pena que dan”. Yo también me negaba a pasar por el aro, a ser una más. Yo también me quería comer el mundo. Y, después, cambiarlo. No, no iba a claudicar. Y cantar a gritos cuando nadie me escuchaba me llenaba de valor. Como a Martina.


Y todo ello porque un día fallece el padre de su mejor amiga. El único adulto que la hizo sentirse persona y no una niña. Muchas veces es la muerte la que nos hace mayores y provoca que nos replanteemos quiénes somos y cuál es nuestro papel. Rompe nuestro universo y nos deja un duro trabajo: reconstrucción. Entre canciones, libros de Albert Camus o Victor Hugo y preguntas, muchas preguntas sin respuesta, prepara un acto simbólico para reivindicar que, aunque se haya enfrentado a ella, aunque la haya tocado, la muerte no la ha derribado. Que está viva y su papel es despertar a los demás de su letargo, invitarles a que vuelvan a pasar por el aro, pero en dirección contraria.


Escrita en un sencillo estilo epistolar, la obra fluye, fresca (la propia Belén Gopegui ha asegurado que tuvo que esforzarse por “desutilizar el lenguaje adulto, por quitar constreñimientos literarios; no tanto imitar a un adolescente como dejar de imitar al adulto”) para recordarnos que casi todos fuimos Martina, aunque ya se nos haya olvidado. Nunca es tarde.

11 de abril de 2011

Magia a un palmo por encima del suelo

“No hay lugar como el hogar”, decía Dorothy mientras movía –chas, chas– sus chapines colorados en un mundo de baldosas amarillas, enanos bailarines, espantapájaros sin cerebro, hombres de hojalata sin corazón y leones sin valor. Pura magia, que empieza por unos zapatos de lentejuelas rojas.

Quizá por eso, el gurú de la prenda en cuestión, el famosísimo –‘Sexo en Nueva York’ y Sarah Jessica Parker mediante– diseñador Manolo Blahnik dice: “Cuando una mujer me pregunta qué pienso de los tacones altos, les digo que prueben un par. Si no ven la magia entonces deben pegarse a las zapatillas”.

Mágicos eran también los zapatos con tacón de cristal que Cenicienta calzó, gracias a su hada madrina –Bibidi Babidi Bu- durante la noche más importante de su vida, la que cambiaría su destino para siempre. Gracias a ellos, consiguió cambiar las calabazas por carrozas de plata y el estropajo por pañuelo de seda fina. Y es que los zapatos de tacón han sido, desde tiempos inmemoriables, un arma de seducción masiva.

En el siglo XVIII, la más famosa cortesana, amante de Luis XV, Madame de Pompadour, defendía a los enciclopedistas, organizaba espectáculos, protegía a los escritores, bailaba y tocaba la guitarra sobre sus tacones pompadour, una variante de este accesorio que, por primera vez en la Historia, tuvo nombre propio.

Tres siglos antes de este bautizo, los zapatos de tacón aparecieron como suelen surgir estas cosas, por necesidad: Para cabalgar hacía falta que el pie encajara en los estribos.

Hubo que esperar un siglo más, concretamente hasta el año 1533, para que su uso se popularizase como adorno. En la boda de Enrqiue II de Francia y Catalina de Médici, ésta lució zapatos de tacón alto. Desde entonces es una de las señas de identidad de la moda femenina.

Buena cuenta de ello ha dado el cine. Decía el genial Alfred Hitchcock, fetichista confeso, que una escena crucial solía ir precedida de un primer plano de un par de zapatos. Los tacones, sin embargo, se han utilizado más para alimentar el morbo y las fantasías de los que llenan el patio de butacas. A excepción, claro está, de ‘Bowfinger: El pícaro’. Porque no es lo mismo un perro entaconado que una gata negra con tacones de vértigo y la cara de Halle Berry en ‘Catwoman’.

En ‘El premio’, de Mark Robson, la carga erótica entre Elke Sommer y Paul Newman sólo se insinuaba en la pantalla a través de los primeros planos de los zapatos que calzaba la actriz.

Elisha Curhbert, en ‘Captivity’, y Rachel McAdams, en ‘Vuelo nocturno’ son otras de las actrices que han hecho soñar a los espectadores con sus pies cubiertos por el accesorio femenino por excelencia.

Y es que la moda va y viene, pero el tacón permanece. Más de 20 años separan el estreno de dos series con la mujer como protagonista. En 1976 llegó a la pequeña pantalla ‘Los ángeles de Charlie’, en la que tres mujeres impresionantes demostraron que además de caminar, y lucirse, claro, sobre bonitos zapatos eran capaces de resolver las más avezadas misiones. Y en 1998 Carrie Bradshow, y compañía, cambiaron las pistolas por los móviles y los delincuentes por amantes, que quedaban enganchados a sus carísimos Manolos.

Desde entonces, las mujeres de medio mundo suspiran por taconear por la Quinta Avenida, cosmopolitan en mano, o tomarse un cupcake en Magnolia Bakery encaramadas a unos de ellos.

Pero no sólo ellas. Sin salir de España podemos encontrar a muchos hombres que se han montado en ellos para subir a un escenario. Por ejemplo, el marido de Alaska, representante de moda y cantante de las Nancis rubias, Mario Vaquerizo, o el que quizás ahora soñaría con que desapareciera aquel video –Sucking to me now, Pedro Almodóvar.

Quién sabe si aquello no le inspiró, de alguna manera, para escribir esa historia en la que el ruido de las agujas resonaba en un piso bajo de una calle de Madrid, en el que vivían dos neuróticas, madre e hija, Marisa Paredes y Victoria Abril. Los tacones, lejanos, simbolizaban esta vez los instintos más primitivos.

Precisamente, inspirada en tacones de cine está la exposición que podrá visitarse desde mañana en la Academia de Cine de Madrid. zapateros españoles celebran el 25 aniversario de los premios Goya en esta muestra, abierta hasta el día 11, con modelos como Taconazos, Botines amantes o Ballerinas mar adentro.

La diseñadora Rebeca Sanver presenta un calzado sofisticado para homenajear ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’. Almodovorianos, como no podía ser de otra manera, sus zapatos, de tacón de aguja, llevan incorporados un teléfono. Puro histerismo.

Fieltro fucsia y visón comparten espacio en las botas con taconazo que Magrit ha creado para ‘Todo sobre mi madre’. Si by Sinela también ha escogido el tacón alto, y fino, para describir La vida secreta de las palabras, así como Úrsula Mascaró para ‘¡Ay, Carmela!’.

Sin duda, una colección no apta para las urbanitas atareadas que, quizá, prefieran la sencillez de Neosens. “Nos basamos en nuestro eslogan de marca: Original shoes from La Rioja. Esto es, transportar la esencia de nuestra tierra a nuestros zapatos. Tomamos elementos de épocas pasadas, adaptados a los estilos de un futuro en constante evolución, aportando naturalidad, comodidad y diseño”, dicen. Y es que, tal y como asegura Antonio Porta, director de producto de Unisa, sus diseños están inspirados en “la mujer actual, trabajadora, dinámica, romántica, cosmopolita, que quiere sentirse bella y cómoda durante todo el día”.

Comodidad que no ha de ir reñida con sensualidad para la diseñadora Beverly Feldman. “Los zapatos, como las mujeres, deberían ser sexys, livianos, femeninos. Siempre lo he creído así”, asegura.

Parece que los tacones son sexys, sí, el complemento más femenino de todos. Sin embargo, el diseñador Paco Gil es de los que cree que, en cierto momentos, es mejor nos ponérselos. “No hay que llevar nunca, ni esta temporada ni ninguna nada con lo que no te sientas cómoda, ya que transmites inseguridad”, dice.

Segura iba Dorothy por el camino de baldosas amarillas que la devolvería a Kansas. No hay lugar como el hogar ni complemento como el tacón. Chas chas.

5 de abril de 2011

‘Saber perder’, realidad viva

Cuando David Trueba recibió el Premio Nacional de la Crítica, el jurado destacó que “no es sólo un cineasta que además escribe”. Doy fe. La novela por la que mereció este galardón, ‘Saber perder’, es un paseo por esas cotidianeidades, aparentemente sin importancia, que, sin embargo, conforman la maravillosa aventura de vivir.

El escritor nos presenta, con una gran sencillez estilística, el retrato de cuatro supervivientes, cuyas vidas están entrelazadas. Son Sylvia, una joven de su tiempo, de nuestro tiempo, de 16 años, esa etapa de la vida en la que nos chocamos con un muro, el de darnos cuenta de que hay algo que no es como nos han contado, la edad adulta deja de ser un sueño idealizado para convertirse en la cruda realidad; su padre, Lorenzo, un hombre separado que intenta reponerse de sus fracasos sentimentales y laborales; su abuelo, Leandro, que busca desesperadamente un clavo ardiendo al que agarrarse cuando todo su mundo se derrumba o, dicho de otro modo, cuando llega la vejez más demoledora; y Ariel, un futbolista argentino, que poco o nada tiene que ver con los jugadores al uso, que llega a nuestro país, con su pierna izquierda como único reclamo.

Los cuatro, sus relaciones, sus anhelos, sus sueños y sus fracasos, repletos de matices, consiguen removernos cuando nos vemos reflejados en lo que un día fuimos, en los que somos ahora, en lo que seremos. Porque todos ellos se colarán en nuestro corazón, gracias a su cercanía, a su realidad, a su verdad, recordándonos que a lo único que estamos expuestos es al devenir de nuestras vidas, que el idealismo nos sirve para hacer nuestra existencia más sencilla. Pero, al final, debemos pisar tierra firme, porque, nos guste o no, la perfección no existe (sería tan aburrido si así fuera). Entonces, como el dolor tiene que llegar, al menos que no nos encuentre desentrenados. Saber perder es eso, no?

4 de abril de 2011

Over the rainbow

Cuando me compré aquellos zapatos lo hice porque todo transcurría tan bien que estaba segura de que, por fin, había encontrado ese camino de baldosas amarillas que me conducirían hasta mi verdadero hogar. Después de pagar con la tarjeta de crédito, apreté la bolsa contra mi pecho segura de que eran una señal, un símbolo de que algo grande iba a pasar, de que mis pisadas resonarían más firmes, más seguras, con más garbo.

Esta mañana me he levantado apática, como cada día desde hace un mes, y como una autómata me he metido en la ducha. Mientras me estaba vistiendo he visto tirados en un rincón mis zapatos rojos y he sonreído con tristeza mientras me los ponía. He salido a la calle, pero los adoquines seguían siendo grises.

Nada más llegar a la oficina he ido a la máquina de café. “Un descafeinado, todavía estoy muy nerviosa”, he pensado. Allí me he encontrado con el chico guapo del diario de salud, el que lleva libros de Chuck Palahniuk en la mano, el mismo que jamás me había dirigido la palabra. Me ha mirado de arriba a abajo fijándose muy bien en mis pies. Después ha dicho guiñándome un ojo: “No sabía que Dorothy trabajase aquí”.

En cuanto he salido a la calle, después de una jornada frenética, he mirado al suelo, donde me he encontrado con una de esas marcas amarillas en zigzag que prohíben a los coches parar.