30 de junio de 2012

Descalza



Tengo los talones negros de pasear descalza por la calle Princesa. Me he cansado de cargar con un palmo de plataformas de esparto. Cuando llego a casa, me meto en la ducha y me froto fuerte con la piedra pómez hasta que duele. Después juego a pintarme las uñas de los pies. Como una fiesta. Y no soy capaz de apartar la mirada de esos 10 dedos adornados en rojo brillante. Los hago bailar, como si tocaran el vals de Amélie en un piano imaginario. Y siento, otra vez, que no soy más que una niña a la que han obligado a hacerse mayor. 

25 de junio de 2012

Oli-dos



Hueles a limpio. A canela. A ropa blanca recién tendida al sol. A tierra mojada. A Valdecastillo cuando volvía a casa de la abuela rodeada de vacas, al atardecer. Hueles a infancia. A mi perfume favorito que dejó de fabricarse. A las especias del zoco de Marrakesch. A Anika cuando era una bebé. Hueles a ternura. A sábanas blancas, mojadas. A nuca sudada. A pelo revuelto. A látex. Hueles a sexo. A café. A la orilla del mar en Coney Island. A tarta de manzana. A Navidad. Hueles a hogar. 


Mi hogar. 

24 de junio de 2012

Frío



Calor. Qué calor. Apenas unas bragas blancas de algodón. El sudor me moja la nuca. Necesito agua. Agua helada. Agua congelada. Bebo. Con ansia. Se escurre por mi barbilla, por mi pecho. Se cuela en mi ombligo. Tregua. 35 grados a la sombra. Las persianas bajadas. Y un abanico rosa.

Tirito. No estás. 

22 de junio de 2012

Señales



Hoy ha pasado algo extraño. Algo mágico quizá. Es el cumpleaños de Anika y, a media tarde, he abierto su cuenta de Facebook desde mi móvil. Creo que nunca antes lo había hecho. He iniciado sesión y lo primero que aparecía era una sugerencia de amistad. Apenas un nombre y dos apellidos: Roberto Rica Villarreal. Se me han helado las venas, pero no la boca. Para sonreír. Llevaba chanclas. He mirado el 33 que tengo tatuado en el pie.

Esta semana he pensado mucho en ti, en esa estrella grande que tengo en el cielo y que me hace reír. Eso me lo enseñó El Principito, ese gran filósofo que los pedantes desprecian mientras lo leen a escondidas. Esta semana le he hablado a alguien de nuestros cafés con leche y con amor. De tu colonia. Esta semana, sentados en la plaza de España, Ladis y yo nos hemos acordado de ti. Como siempre.

Quiero pensar que no es casual que hoy aparezca tu nombre en la pantalla de mi teléfono. Son señales, marcas que demuestran que vas a estar siempre conmigo, que formas parte de mí, que parte de lo que soy existe porque día tras día, noche tras noche, café tras café, me hiciste un regalo maravilloso: conocerte.

Te quiero, amigo. 

21 de junio de 2012

Maldita ausencia azul

Te espero sin saber muy bien por qué. Guardo tu ausencia. Y desespero. Te necesitaba tanto...


Méteme entre tus brazos y tu pecho. Qué bien huele. Cuídame. Una vez más, por favor, una vez más. Apenas un instante.


Y te espero a sabiendas de que sólo yo puedo salvarme. Tu maldita ausencia azul. La nada.

19 de junio de 2012

En su espejo


Ojalá pudiera mirarme a través de sus ojos. Descubriría mañanas eternos. Ordeñaría mis pechos con ansia, como si en ellos se escondiera el manantial de la eterna juventud. Y mis ojos... Quemándome y deshaciéndome a su antojo. Cuencas vacías llenándose de vida. Esos minúsculos gusanos blancos, asquerosos, volarían lejos. Imposible alcanzarlos. Y mi boca... Pequeña incluso para besar. Piedra de toque de las noches de invierno. Jugaría a retarme. Y ganaría. 

17 de junio de 2012

En el abismo


La ausencia es un abismo. Un vacío en el que no hay nada más que nada. Invento que te recuerdo. Pero tus ojos verdes se desdibujan dentro de mí. Se diluyen entre recuerdos inventados que llenan vacíos abismales. Idealizo tu yo ausente. Me miento. La única certeza es que ya no estás. Y que si salto al abismo, me encontraré con la nada que me diluye en tus pupilas. 

7 de junio de 2012

Hasta siempre




Recuerdo que cuando era pequeña no quería crecer. Deseaba con todas mis fuerzas quedarme para siempre, chiquitita, en esa cama cubierta de peluches, capaz de convertirse en tren cada tarde. Tan bien escenificaba mi papel de dama importante en el Orient Express y tantas cosas fascinantes inventaba para ella que no me quedó más remedio que decidir, en secreto, que si Peter Pan no lo remediaba, sería escritora y actriz. No pudo ser, o no quise que fuera, así que la única manera que se me ocurrió de estar cerca de esos a los que miraba con admiración fue convertirme en periodista.

Recuerdo cuando el Periodismo era un sueño que me impulsaba a moverme, a sacar mejor nota en las Matemáticas de 2º de BUP, a madrugar para declinar en Latín en 1º de Bachillerato, a alimentarme de manera decente durante la Selectividad, a sacrificar un verano de borrachera haciendo prácticas en una tele local…

Recuerdo la primera vez que entré en la redacción de El Mundo. Me hacía gracia autodenominarme becaria. El primer día, pensé que jamás aprendería a utilizar el Dreamweaver. Pasaron los meses y aquella mesa de la calle Pradillo se convirtió en mi segunda casa. Guardo un especial cariño a los cigarros, miles, compartidos con el becario que se sentaba a mi lado. Ese que me gustó desde el primer momento, porque leía y para él la Literatura era mucho más, era prácticamente su vida entera. Al fin y al cabo, no estaba sola tampoco en eso.

Recuerdo el día que se acabó la beca, un año después. Mi hermano celebraba su cumpleaños y yo tenía una disgusto tan grande que, antes de llegar al restaurante, tuve que parar a vomitar en un bar horrible de la calle Fuencarral.

Recuerdo sentirme unos meses bastante perdida, me pasé al lado oscuro y probé suerte en una agencia de comunicación, pero no habían transcurrido ni dos días cuando descubrí que aquello no era lo mío. Y sonó el teléfono. Querían hacerme una entrevista en Recoletos y yo pensé que qué bonito sería trabajar en una empresa con nombre de paseo. Apenas unas semanas después, volví a llamar a las puertas del Periodismo, que, gustoso, me las abrió de par en par.

Recuerdo Gaceta Universitaria. Las informaciones aburridas sobre las universidades de Norte y Levante. Qué tiempos! Marta, Maite, un poco después, Lourdes, Carolina y, por supuesto, Raúl. (La de carcajadas que me robó Raúl... Me las seguirá robando, seguro!) Los mails descontrolados que volaban de ordenador a ordenador poniendo verde a una mala compañera de cuyo nombre no quiero acordarme. Los jueves de cierre. Las miles de páginas que había que cerrar. Las confidencias en la escalera. Alguna que otra borrachera. La sensación de ser joven. Las ganas. La noticia de que la sección de cine era mía. Una entrevista a Alberto San Juan. Un cinefórum de una película de Almodóvar. Sentir la ilusión en el estómago. Estar viva.

Recuerdo la reunión en la que nos informaron de que Unidad Editorial absorbía Recoletos. Decir adiós a aquella redacción de locos que, en el fondo, se querían y se odiaban a partes iguales. Y volver a entrar en la redacción de El Mundo, que ya no estaba en Pradillo, sino en la otra punta de Madrid. El reencuentro con algunos compañeros. La falta de luz.

Recuerdo el último número de Gaceta Universitaria. Ni siquiera esperaba que con él se muriese una publicación de la que no hacía mucho habíamos celebrado su 18 cumpleaños con una noche de las que no se olvidan. Me pidieron que me fuera de vacaciones y volviese en agosto para trabajar en UVE, sólo por un mes. Llegó Anika y me firmé una contra hablando de Justin Bieber.

Recuerdo septiembre. A Isabel, a Rebeca, a Sara. Un equipo de cuatro mujeres. Un gran equipo. Cuántas risas. Y ese reportaje elaborado a ocho manos con un titular horrible, ‘Conductores letales’. Después… Bueno, lo de después terminaré olvidándolo, pero no tiene nada que ver con ese sueño que me impulsaba desde pequeña.

Ahora miro hacia delante y el futuro se ilusiona. Veo un camino de brillantes baldosas amarillas y me veo a mí, con tacones rojos, haciendo “chas chas”. Y mi sueño ya no es el mismo. Ahora se trata de ser feliz.