20 de junio de 2011

Sin más

—Te han dicho ya algo de tus vacaciones?
—No, nada.
—No te lo pregunto para agobiarte. Es sólo porque me imagino que es jodido para ti que te tengan así, sin decirte nada.
—Es jodido que me tengan. Sin más.

15 de junio de 2011

'La plaza del diamante', simbología pura

Sólo después de leer ‘La plaza del diamante’ me he acercado a curiosear las críticas que sobre ella se han escrito (cuando alguien me dice con tanta seguridad que una obra me va a llenar de sensaciones, prefiero que nada más lo empañe o me llene de juicios previos, buenos o malos). “La mejor novela del siglo” o “una de las novelas más importantes y bellas publicadas en siglo XX” son sólo dos ejemplos de cómo un libro que hasta el momento era completamente desconocido para mí ya había pasado a formar parte del imaginario de muchísimos lectores empedernidos.

Porque, precisamente, su autora, la catalana Mercé Rodoreda, hizo una novela que, gracias a la construcción del discurso, a lo que dice, pero, sobre todo, a lo que deja de decir, simbología pura, es diferente según quien la tome y la disfrute entre sus manos. La cotidianeidad que nos describe en primera persona Natalia, su protagonista, a ratos puede ser la mía, a ratos la de mi vecino, otros los de mis compañeros de mesa en el trabajo. Y es que detrás de un nido de palomas, de un cuchicheo en el oído o de un vestido rosa puede esconderse la angustia, la ternura o la ilusión; la rabia, el miedo a la soledad o la inocencia; el anhelo, el orgullo o las ganas de vivir. Y así sucesivamente…

De esta manera habrá tantas natalias como lectores, que serán los únicos que, en definitiva, pondrán contenido a los sentimientos, los pensamientos, al mundo de los personajes que desfilan frente a la mirada de una mujer que se supone vivió la República, la Guerra Civil y la penosa posguerra. Pero sólo se supone. Quizá nada sea lo que parece.

6 de junio de 2011

‘Mañana no será lo que Dios quiera’, pura poesía

Parece claro que cualquier vida, incluso la más gris y aburrida, puede conformar una historia maravillosa cuando es tocada por la varita mágica de la buena literatura. Si, además, estas vivencias se han sucedido en épocas convulsas de la historia, como la Guerra Civil, y los escritores que la protagonizan, a uno y otro lado del papel, son dos monstruos como Luis García Montero y Ángel González, el espectáculo está servido.

Así, lo encontramos en bandeja en ‘Mañana no será lo que Dios quiera’, una obra en la que el poeta granadino rescata los primeros años de su colega asturiano, a través de su mirada de niño, cuando se fraguaron sus primeros pasos como artista. A una servidora, que adora las letras, pero no es capaz de juntarlas si no es para redactar una noticia (y ya ni eso) le fascina buscar detrás de una cotidiana merienda en la casa familiar, del relato del primer día de colegio o entre los recuerdos de la tarde en la que estalló la contienda, en qué momento se convirtieron los dedos de Ángel González en poesía.

Y todo ello viene de los de otro que, aun escribiendo en prosa el día a día de un niño, aparentemente como otro cualquiera, es capaz de pellizcar tu alma como con el más brillante y profundo de los versos. Como dijo Joaquín Sabina en la presentación de la biografía: “Y además en prosa tratándose de dos poetas. Y para colmo novela o novelado, qué más da. Pero ¡ay!, el hombre de poca fe y edad adulta ya debería saber a estas alturas que los tesoros literarios, que los milagros, que las pepitas de oro de la tinta acostumbran esconderse donde uno menos las espera”.

Gracias, Luis, por haberte convertido en la memoria de uno que sí es imprescindible, como tú mismo. Porque mientras sigan existiendo almas como las vuestras, repletas de belleza, dignidad y compromiso, afortunadamente, mañana no será lo que Dios quiera.

3 de junio de 2011

2 de junio de 2011

La sonrisa de la princesa

Nací princesa. Nací envuelta en lazos de color rosa. Nací y varias decenas de brazos se peleaban por rodearme. Nací gordita, sonrosada y, aunque no lo recuerdo, cuando nací mi sonrisa ya era poderosa: sanaba los corazones más tristes. Nací con la felicidad debajo del brazo. Y los que se acercaban a mí intentaban devolverme lo que yo les daba. Vestidos, peluches, libros, muchos libros, mimos, besos, halagos, piropos, calor, carantoñas, más libros. Amor. Amor mal entendido quizá.

Durante la adolescencia descubrí algo. La felicidad, como el pan, se termina. Y aunque intentaba seguir curando a golpe de sonrisa, la técnica fallaba. Sin querer, comencé a hacer daño. Sin querer. La felicidad seguía brotando siempre y cuando renunciase a ser yo misma.

El precio a pagar era demasiado alto. Desde entonces tengo un trabajo que odio que me permite comprar vestidos, peluches y libros, muchos libros, más libros. Los besos, el calor, los mimos, los halagos, los piropos, las carantoñas, el calor, los encuentro sin problemas en la barra de cualquier de bar de madrugada. El amor... Acaso existe el amor bien entendido si siempre hay que dar algo a cambio?