19 de diciembre de 2011

Las ocho de la tarde



Mira por la ventana desganada, añorando la primavera que se resiste a llegar, estremeciéndose de frío ante la idea de salir a fumarse un cigarrillo. Su bandeja de entrada no para de recibir correos electrónicos de su jefe que pregunta si ya ha cerrado ese contrato tan importante con los clientes finlandeses. Pasan las horas, esas que para algunos suponen un extra de dinero, pero que para que ella no son más que una resta a los minutos que puede pasar a su lado.

En el otro lado de la ciudad, él mira absorto a la calle a través del ventanal de una vieja cervecería. De vez en cuando participa de las bromas de sus compañeros de trabajo, pero su mente está en otro sitio, siete paradas de metro más lejos, en una oficina por cuya ventana todavía no entra la primavera. Piensa en el frío que estará pasando si ha salido a fumarse un cigarrillo.

Son las ocho de la tarde en la boca del metro de Tribunal. En cuanto se ven, ella olvida a su jefe y él los chistes malos de sus colegas. Se sonríen, se abrazan. Él se ha bebido más de tres cañas y ella se queda embobada mirando el brillo especial que eso provoca en sus ojos. “Te apetece bajar andando hasta Plaza de España?”, le dice. “Me apetece caminar a tu lado hasta el fin del mundo”, piensa ella, pero por supuesto sólo responde “Claro!”.

Primero entrelazan sus manos, la roza disimuladamente el culo, se paran en un portal. Ella se sube encima del escalón de entrada (no hay un problema de altura que no sea solucionado por un peldaño) y el viento comienza a jugar con su falda. Él aprovecha para acariciar sus muslos por encima de sus pantys, ella respira en su oído y le mordisquea el lóbulo. Se miran, se sonríen otra vez y jugueteando siguen caminando y paran y hablan y besan y tocan y suspiran... 

16 de diciembre de 2011

Crac



Algo hizo crac. Tus rizos, anillos de compromiso de mis dedos, empezaron a incomodarme. Era verano y se me dilataban las carnes. Lucía biquini y horribles marcas enrojecidas por encima de los nudillos. Me hacían llorar de dolor. Y rabiaba de llanto.


El día que regresé a casa y no te encontré supe en seguida dónde buscarte. Me asomé al cubo de la basura y allí estaba tu pelo, recién cortado. La última carta de nuestro amor no me arrancó ni una lágrima. Sólo alivio y susto al contemplar cómo mis dedos se afinaban como hilos. 

9 de diciembre de 2011

Recuerdos bajo el árbol

Heidi en el Belén. Rocky Balboa y Daniel Larusso turnándose en el televisor. “Tooooooda valla”. “Adrian!!”. Papá dejando crecer la masa del roscón de Reyes al lado de la estufa del salón. Mamá dándome permiso para tomar una gota de café en Nochebuena. Mi hermano convencido de haber visto la bota de Papá Noël, del de verdad, doblando una esquina. El cachorro que nunca llegó un 6 de enero. Los peluches. La casita de Pinypon. Los nervios. La risa. El frío. El calor. Las luces con música del árbol. Las bengalas en Cortylandia. Los zapatos relucientes. El chocolate a la taza. Las tres copas de cognac. El cubo de agua.

La Navidad era más cuando habitaba ese mágico lugar. Infancia.