1 de noviembre de 2011

Sobredosis de sueños

Aquella mañana no pude ni levantarme de la cama. Al intentar incorporarme, un tremendo dolor en las sienes me empujó de nuevo contra la almohada. Ya había tenido jaquecas antes, más o menos una vez al mes, pero esto era diferente. Llamé por teléfono a mi madre que enseguida apareció en mi casa cargada con un neceser lleno de antiinflamatorios, una sopa de arroz y una toalla de tocador que, la pobre, mojaba en agua fría cada dos por tres para ponérmela sobre la frente. Ni por esas. Pasaban los días, las semanas, y yo seguía igual. Tumbada y torturada en una cama demasiado grande para mí.

Es curioso que en ese reducto de enfermedad no echase de menos mi trabajo —es lo que tiene la vocación, no puedes vivir sin ella—, pero hacia ya mucho tiempo que me sentía engañada por el Periodismo. La profesión no debía ser un trabajo burocrático de mails y oficina. Para mí seguía siendo otra cosa. Significaba tener la oportunidad de enriquecerte con personas mucho más interesantes que uno mismo. No quería ser una autómata. Quería leer. Quería escribir. Quería hablar. Quería corregir. Quería sentir. Quería sonreír. No quería ser una seta gris que edita teletipos 10 horas al día.

El médico me firmó la baja y me mandó un millón de pruebas que no dieron con la causa de mis horribles dolores de cabeza. Hasta que llegó el escáner. Cuando lo terminaron, vi la cara de preocupación del neurólogo y agarré muy fuerte la mano de mi madre.

Es muy grave, doctor?
Tranquila, no vas a morirte. No al menos de la manera al uso.
Qué tengo?
Sueños. Tienes la cabeza repleta de sueños, tantos que ya no caben más y te están aprisionando el cráneo.
Y qué puedo hacer?
Tienes que ir cumpliéndolos uno a uno para ir dejando espacio. A ver que podemos hacer... Con qué sueñas?
Quiero que se me erice la piel, por lo menos, una vez al día. Quiero dejar de nadar en un mar de mediocridad. Quiero sentir que soy especial.
Busca aquello que te provoque todo eso y hazlo. Si no, morirás en vida y ya no habrá marcha atrás.

Esto ocurrió diecisiete días antes de que, desesperada por el dolor, comenzase a golpearme la cabeza contra la pared de mi habitación. No me di cuenta de la gravedad del asunto hasta que sentí la sangre correr por mi mejilla izquierda. "Mierda! Mis sueños! Se me están escapando los sueños!". Corrí hacia el hospital, pero era tarde. Cuando me cosieron la brecha, ya no quedaba ninguno.

Los dolores de cabeza desaparecieron. Volví al trabajo. Ahora me he convertido en una de ellos. Soy una mediocre. Pero soy feliz.