27 de diciembre de 2012

2012, cuando pasó todo


Creo recordar que comencé el año escuchando una y otra vez esa canción de Iván Ferreiro, la que está en mi lista ‘Días tristes’ de Spotify. “De este año que no fue ese año que esperábamos tener”… Y no, 2012 tampoco ha sido el año que esperaba tener. De hecho, en 2012 he aprendido que la vida no es más que una sucesión de hechos inesperados, una sorpresa, a veces envenenada. Doy gracias, estoy viva. Que un día puedes estar arriba del todo y al siguiente haberte dado un golpe tan fuerte que te ha partido el alma. Y viceversa. 2012, el año que pasó todo.

Recuerdo que los primeros meses lloraba mucho. Hay manchas de rímel en mi almohada que no he conseguido quitar. Me gusta que estén ahí, recordándome dónde no quiero estar, quién no quiero ser. Me releí una tras otra todas las novelas de Richard Yates, buscándome, encontrándome en April Wheeler, en las hermanas Grimmes, lamentándome, sin ponerle remedio, de que mi vida también estuviera irremediablemente vacía. Y en vez de hallar consuelo, me desconsolaba más. Pobrecita niña incomprendida. No sé en qué momento salí del bucle, pero garabatear lo que sentía en una libreta que siempre estaba al lado de la cama me ayudó. Ahora releo esos trazos trasnochados en algunos recitales de poesía sin saber muy bien qué demonios hago allí. Simple instinto quizá.

Y escapé de Revolutionary Road con zapatos rojos de tacón, porque el cine me ha enseñado que la felicidad no tiene suelo de moqueta, sino baldosas amarillas. Y que, a veces, basta con hacer chas chas o con enviar por impulso un mensaje a alguien para que todo vaya bien. Improvisar. Dejarse llevar por la intuición. Improvisar. Improvisar. Improvisación, eso pone en mi nevera. Besos improvisados que crean nuevas vidas inesperadas, y mejores. 2012, el año en que las noches se hicieron reversibles y los domingos se volvieron astrománticos.

Daría cualquier cosa porque mi balance de este año acabara así “2012, el año en que las noches se hicieron reversibles y los domingos se volvieron astrománticos”. Es bonito, pero no puedo terminar así, no puedo obviar, ni quiero, que este año me he despedido de una de las personas más especiales que he tenido, y tendré, en mi vida. También de golpe y sin avisar, como llegó lo bueno, con una llamada de teléfono que jamás se me había pasado por la cabeza recibir, con una llamada de teléfono que me recordó demasiado a otra llamada de teléfono que recibí tres años antes. La injusticia se repetía, dejándome un socavón donde antes tenía el estómago. Le echo de menos, cada día, a pesar de llevarle dentro, hoy y siempre. Su voz inconfundible, su ilusión, sus tremendas ganas de vivir. El más amigo de sus amigos. El mejor. El único. Ladis. Decir su nombre es decirlo todo. Ladis. Y no sé si hay otra vida ni si existen los ángeles de la guarda, pero si es así, me los pido a los dos para que me acompañen en el camino, porque aunque ya no estén, están, porque cuando se me acelera el corazón no es que esté nerviosa, es que se han puesto a bailar ska, porque aunque a veces vuelva a resquebrajárseme el alma… Soy feliz, por fin.

Porque 2012 me ha traído la felicidad haciendo mis noches reversibles y volviendo los domingos astrománticos. Porque, pese a todo, puedo acabar mi balance del año así. 

25 de diciembre de 2012

Sex(t)o sentido


Despierto con ansia cansada o con cansancio ansioso. No lo sé. Tampoco me importa. Y te busco en mi cama que se ha convertido en un solar de sábanas blancas . Estoy empapada (en sudor). Y, desnuda, frágil, pequeña, suave, rosa, olisqueo mi alrededor sin abrir los ojos, dejándome llevar por la intuición. Y esnifo lo que queda de ti en mí, en mí, en mi almohada. En las puntas de mis dedos que me llevo a la boca. Amargor. Olor. Sabor. Fuego con juego. Juego conmigo. No necesito un sex(t)o sentido para correrme.