20 de agosto de 2011

Zapatos rotos

El día que rompió el tacón de uno de sus zapatos rojos, Dorothy perdió el camino de Kansas, pero encontró uno mejor.

12 de agosto de 2011

El búnker anti-fealdad

Aquella buhardilla de la Cava Baja fue, durante mucho tiempo, el escenario al que nunca me subiré por miedo a fracasar como actriz después de fracasar, en apenas 30 años, como periodista, como escritora, como hermana, como mujer, como amiga, como niña, como hija, como amante...

Esos 25 metros cuadrados —el submarino lo llamábamos, recuerdas?— se convirtieron en mi refugio secreto, en el único lugar de esta ciudad en la que defenderse de la mediocridad. Nada de lo que allí hacíamos era mediocre, aunque para eso hubiera que actuar. Si cocinaba para ti, me convertía en la amantísima ama de casa de los 50, capaz de pelar cebollas sin que se me corriese el rímel; si veíamos una película, siempre en versión original y sin dirigirnos la palabra hasta que no terminaba, entonces hablábamos de fotografía, de la profundidad del guión o de cómo se nos encogía el estómago cuando el niño se cae por la ventana mientras los padres se lo montan en la ducha; si follábamaos, imitaba a Sasha Grey hasta que me dolía la garganta. Todo tenía que ser perfecto. No me permitía ni por un momento convertirme allí, en mi búnker anti-fealdad, en una de ellos, en una mediocre que come platos preparados, mira telenovelas o se deja penetrar en la postura del misionero.

El día que me dijiste que era hora de mejorar, que te ahogabas en un espacio tan pequeño, que querías convertirte en propietario, supe que algo iba a cambiar. En cuanto nos mudamos al piso de 70 metros con terraza y suelos de parqué dejamos espacio a la mediocridad para que se colase entre nosotros. Hoy me he sorprendido metiendo una lasaña congelada en el horno, viendo 'Supervivientes' y tumbándome en la cama con las piernas abiertas. Sin numeritos. Sin cuerdas. Sin azotes. Hemos muerto. Nos ha matado la normalidad.

10 de agosto de 2011

Senti-dos

Te miro. Me contemplas.
Me atiendes. Te escucho.
Te huelo. Me husmeas.
Me tocas. Te acaricio.
Te como. Me devoras.
Senti-dos. Sentimos.

8 de agosto de 2011

‘Abierto toda la noche’, una película hecha novela

Tras la lectura de 'Saber perder' tenía claro que quería seguir descubriendo al David Trueba escritor. En esas estaba cuando me topé con ‘Abierto toda la noche’. En su contraportada me encontré con esta frase de Ambrose Bierce: “El hogar es el único local abierto toda la noche”. Sí, así es. Y es por esa inintermitencia, al final, por lo que las familias no se distinguen demasiado unas de otras, aunque de cara a la galería muchas de ellas se empeñen en disimularlo una y otra vez.


Como no podía ser de otra manera, los sentimientos de los Belitre, un numeroso clan, en el que ninguno de sus miembros tiene desperdicio, están a flor de piel 24 horas al día, siete días a las semana. Las historias de seis hijos, unos más peculiares que otros; una abuela inteligente y mordaz; un abuelo en el que se vislumbra una demencia senil nada trágica, sino todo lo contrario; dos testigos de Jehová; un psicólogo con extraños métodos de trabajo; un padre en plena crisis de los 50 y una madre, muy madre, conseguirán engancharte. ¿Cómo? Subiendo contigo en una montaña rusa de sensaciones, que oscilan entre el drama más negro, la ternura más delicada y la comedia más disparatada.

No en vano, se nota, y mucho, de dónde viene el escritor, porque esta historia parece, al revés de lo que pasa normalmente, basada en una película. Está narrada de manera ágil, divertida (provocó mis carcajadas en un banco de la calle y eso es de agradecer), elocuente y, por momentos, irreverente. Y, como no todo van a ser piropos para esta gran novela, he de confesar que el final me dejó fría. Me pareció precipitado y desencuadrado en la historia. Pero, mientras llega, disfrutad del camino que os adentrará en la mansión que heredan y disfrutan los Belitre. Nos os arrepentiréis.