21 de marzo de 2011

Invidente por sensibilidad

Era capaz de emocionarse con las cosas más pequeñas. Muchos pensaban que Jean-Pierre Jeunet se había inspirado en ella para crear a Amélie. Se entusiasmaba si de postre había tarta de chocolate y galletas, si conseguía despertarse antes de que sonase la alarma con un rayo de sol acariciándole la mejilla o si un gato callejero maullaba a su paso cuando caminaba deprisa para llegar puntual al trabajo. Una vez lavó un pantalón vaquero con el metrobús dentro y éste se transformó en un corazón...

Esta vehemencia provocaba el efecto contrario cuando se topaba con la tristeza, la soledad o la hipocresía. El dolor era insoportable si se cruzaba en la calle Ballesta con esa señora octogenaria que paseaba siempre con su hija síndrome de Down colgada, casi literalmente, del brazo, si las plantas que llenaban de color su ventana se marchitaban o si, por enésima vez, su vecina, enferma de Alzheimer, le preguntaba "Bonita, qué día es hoy? Está lloviendo?". Cada vez que comenzaba la sintonía del informativo agarraba el mando del televisor con la mano temblorosa y lo apagaba.

Su inocencia la llevó a pensar que tapándose los ojos su mal se pasaría. No vería nada que la hiciese daño. Viviría aislada en su imaginación, donde los sueños siempre se hacen realidad. Los primeros tres días todo salió como había planeado, pero el cuarto sucedió lo inevitable: escuchó llorar a un niño.

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