18 de marzo de 2011

‘La hoja plegada’, una revelación dolorosa

Cumplí los 18, los 20, los 22, los 23… esperando una revelación: saber que, por fin, me había hecho mayor, que había pasado a formar parte del fascinante mundo de los adultos a los que tanto tiempo llevaba mirando con admiración a ras de suelo. Pero nada. Muchas veces, este tránsito, quizá el más doloroso de nuestras vidas, viene en forma de mazazo, o de profunda desilusión al descubrir que las cosas no son como nos las habían contado. Ahora mismo, yo me encuentro inmersa en esta aventura de la que es difícil salir ilesa. Por eso agradezco que ‘La hoja plegada’, de William Maxwell, me haya hecho compañía, porque narra un viaje parecido.

Su título está tomado de un poema de Tennyson que habla, precisamente, del paso del tiempo, y su protagonista, Lymie, se hace mayor el día que se da cuenta de que “no quería seguir viviendo en un mundo donde la verdad no puede hacerse valer”. Y se corta el cuello, como hiciera el escritor estadounidense en su etapa universitaria. Al fin y al cabo, la novela tiene mucho de autobiografía (como el personaje, también era huérfano de madre). Lo que no sabemos es si Maxwell también tenía un mejor amigo al que venerar, una amistad profunda y sincera que se tambalea cuando, como si de una Yoko Ono cualquiera se tratara (nótese la ironía), aparece en escena Sally.

Muchos han querido ver en ella la historia de un amor homosexual, pero para mí ésta es una versión simplista, porque es mucho más: es el viaje a la edad adulta y la esperanza reconvertida en desesperanza al cruzar la línea de meta.

En cuanto al estilo, se nota, y mucho, la labor que el autor desempeñó como crítico literario y editor, porque se palpa una contención, un no dejarse llevar, una premeditación, que le resta valor. El escritor no debe escribir con los dedos y la cabeza, sino con las entrañas, que vomite letras desde lo más profundo de su alma. De otra manera, puede llegar, pero no revolver. Esto es lo que le pasa a William Maxwell, que quizá, obnubilado por sus coetáneos (Nabokov y J.D. Salinger, entre otros), no se atrevió a darnos más de sí mismo. Una pena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario