2 de junio de 2011

La sonrisa de la princesa

Nací princesa. Nací envuelta en lazos de color rosa. Nací y varias decenas de brazos se peleaban por rodearme. Nací gordita, sonrosada y, aunque no lo recuerdo, cuando nací mi sonrisa ya era poderosa: sanaba los corazones más tristes. Nací con la felicidad debajo del brazo. Y los que se acercaban a mí intentaban devolverme lo que yo les daba. Vestidos, peluches, libros, muchos libros, mimos, besos, halagos, piropos, calor, carantoñas, más libros. Amor. Amor mal entendido quizá.

Durante la adolescencia descubrí algo. La felicidad, como el pan, se termina. Y aunque intentaba seguir curando a golpe de sonrisa, la técnica fallaba. Sin querer, comencé a hacer daño. Sin querer. La felicidad seguía brotando siempre y cuando renunciase a ser yo misma.

El precio a pagar era demasiado alto. Desde entonces tengo un trabajo que odio que me permite comprar vestidos, peluches y libros, muchos libros, más libros. Los besos, el calor, los mimos, los halagos, los piropos, las carantoñas, el calor, los encuentro sin problemas en la barra de cualquier de bar de madrugada. El amor... Acaso existe el amor bien entendido si siempre hay que dar algo a cambio?

1 comentario:

  1. La respuesta a esa pregunta se averigua cuando uno se cae en la cuenta de que da sin pensar en lo que está dando, solo porque siente que lo tiene que dar y sin esperar nada a cambio. Ni siquiera lo que en el bar de madrugada se confunde con amor.

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