8 de marzo de 2011

Un despilfarro de prosa brillante

El amor. El amor que todo lo llena. El amor que embellece y envilece. El amor que te sube al cielo y te baja al infierno cuando, qué ironía, se extinguen las llamaradas de la pasión. El amor que ha llenado de libros las estanterías de las bibliotecas, de muescas los troncos de los árboles, de anillos los dedos y de muertos los cementerios. El amor que te hace mejor y peor persona a partes iguales. El amor que te toca y te convierte en vulnerable e invencible. El amor, que se sufre y se disfruta, tan puro y tan sucio, tan dulce y tan duro, tan diferente de los cuentos de hadas que nos hacían soñar con príncipes, ranas y princesas, incluso antes de dormir cuando los escuchábamos, de niños, arropados con las sábanas de otro amor, el paternal… El amor es el protagonista absoluto de ‘Bella del Señor’, un despilfarro de prosa brillante que nos regala Albert Cohen.

Tras dos meses de lectura y varios días de reposo creo que estoy en condiciones de proclamar que es una de las mejores novelas que he leído nunca. Sí, es una de esas maravillas que se saborean mejor paladeándolas despacito y que te hace reflexionar golpeándote bien fuerte. Por eso, hay que degustarla a pequeños mordiscos, porque de otra manera tanta crudeza podría atragantársenos. Por no hablar de que muchas veces preferimos creer que si algo no se piensa, no se habla o no se escucha es, simplemente, porque no existe. Y nos quedamos en la torre esperando que el chico de azul venga a rescatarnos y nos invite a una ración de perdices…

Cohen disecciona el comportamiento humano, cruel y mezquino en muchas ocasiones, con precisión, tirando a dar con un dardo de palabras recubiertas de ironía, a través de la historia de amor de Arianne y Solal, amantes. Implacablemente, el autor describe su historia de amor de principio a fin, recorriendo todos los estadios del sentimiento: inseguridad, pasión, admiración, ternura, celos, frustración, odio.

Y lo hace derrochando talento, narrando en primera persona lo que pasa por las cabezas de los protagonistas, sin orden, sin concierto, sin filtros, sin falsedades, sin puntos, sin comas, sin florituras superfluas, con tal tino que te costará despertar de ese estado de ensoñación y preguntarte si no eres tú quien está cavilando. Todo ello mientras descubres que, a veces, los problemas de romeos y julietas no los provocan otros, sino que están dentro de ellos mismos, de nosotros mismos, de nuestra educación, de nuestros miedos.

Así pues, espero que os animéis y la disfrutéis tanto como yo. Eso sí, no se os ocurra acompañarla de un pastelito de nata. Servíos un café amargo.

1 comentario:

  1. Àpuntada queda, nunca he leído nada de este autor. Espero probar su amargo sabor ;)

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