10 de marzo de 2011

'Cien años de soledad'. Sí, quiero

Existe una aldea donde, como dijo Pacho Bottía, los bloques de hielo parecen diamantes y el chocolate hace levitar a los curas, donde la magia y los portentos de la ciencia son recibidos con la misma naturalidad. Un lugar habitado por una tribu de gitanos, coroneles, niños surumbáticos y toda una estirpe de soñadores dispuesta siempre a emprender las más delirantes empresas. Su nombre es Macondo, donde la magia se hace realidad, o viceversa, y está ubicado en la estantería de las joyas de la literatura universal, además de en el rincón más privilegiado de mis afectos literarios.

Por eso, cuando me propuse escribir esta crítica, sentí vértigo. Quizá del bueno, como el que tan bien describía Milan Kundera en ‘La insoportable levedad del ser’, ese cuya inmensidad te atrae tanto que, aunque la valla sea segura, te abruma y acabas retrocediendo. Ésta es la razón de que abra mi corazón, porque, ya se sabe, cuando de sentimientos se trata, las palabras no bastan.

Cuando cursaba primero de Bachillerato, mi profesor de Lengua y Literatura nos dio varios arranques de libros para que eligiésemos uno a partir del cual escribir nuestro propio relato. De inmediato mis ojos se posaron sobre las siguientes líneas:

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo…”

No sé qué fue lo que me atrajo de esta enigmática frase. Ahora, con el paso del tiempo (ya se sabe que la memoria es tramposa y suele adornarse a nuestro antojo) quiero pensar que mi corazón comenzó a latir muy fuerte. Que vi con asombro cómo en ella se entremezclaban presente, pasado y futuro en una atmósfera de la quería formar parte a toda costa. Será posible que exista el flechazo literario?

En cualquier caso, este enamoramiento se fue convirtiendo en amor sereno y consolidado a medida que iba leyendo situaciones tan maravillosas como el diluvio que se alarga durante cuatro años, once meses y dos días; la llovizna de flores amarillas; la fuerza de José Arcadio Buendía, capaz de derribar un caballo agarrándolo por las orejas; la cola de cerdo con la que nace el último miembro de la familia; la fuga de Remedios, la bella, volando con una sábana… Y tantos y tantos momentos que me han hecho sonreír y emocionarme, porque me han ayudado a descubrir qué es eso que buscaba con ansia entre las páginas de un libro: entender el mundo. Al fin y al cabo, García Márquez dijo en una ocasión que el escritor lo es para explicarse a sí mismo lo que le parece inexplicable.

Así, cambió mi perspectiva sobre las relaciones humanas, comprendí que vivimos y morimos solos; que la traición, el rencor, las pasiones incontroladas, la atracción por lo prohibido no son más que las consecuencias de la incapacidad de dar y recibir amor o del ansia de ser libre, de ver otros mundos, aunque sea haciendo la guerra. Cualquier cosa menos quedarse amarrado durante años al tronco de un árbol.

Como casi siempre, el colombiano utiliza las referencias bíblicas para construir su historia y las exagera hasta llegar a la hipérbole. De esta manera, consigue mezclar lo fantástico y lo real (denunciando, por ejemplo, la situación de violencia que se vivió en Colombia a partir de la II Guerra Mundial) hasta que las fronteras de uno y otro desaparecen para fundirse. Tal y como declaró el Nobel, “lo mágico puede transformarse en lo real con la misma facilidad que lo real en lo mágico. No hay un lugar que sea mas real, o mágico, que otro, porque todo puede intercambiarse y todo es parte de la misma realidad total”.

Y es ahí, en esa totalidad, donde encontré el poder de la imaginación, la belleza, el entusiasmo, la fantasía, la verdad, los sueños y una gran certeza: hay amores que sí duran para siempre. Gracias, Gabo.

1 comentario:

  1. Éste es, sin duda, uno de mis libros favoritos, por muchas razones, entre las que destaco: lo maravillosamente escrito que está, el realismo mágico, el tema de las sagas... Gracias por pasar por mi espacio, seguiré el tuyo. Un saludo.

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