En el bloque de enfrente hay una fiesta. Música, ruido,
gritos, risas, gente, mucha gente, gente muy joven. Luces de colores y globos
en la terraza. Mi casa está en silencio. Apenas iluminada por la bombilla de la
lámpara de pie. Escucho las teclas del ordenador y echo de menos aquella máquina
de escribir con la que jugaba de pequeña. Más escandalosa, como si cualquier
cosa que se plasmara sobre papel cobrara relevancia. A Gabo le sacaban de
quicio los borrones de las máquinas de escribir. A mí me saca de quicio que no vaya a contarla
más. Vivir para contarla. Que la siga viviendo, aunque sea con la memoria
extraviada.
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