Pensaba que envejeceríamos juntos, que siempre estarías ahí,
como el lunar que tengo en el meñique de la mano izquierda. A veces no me doy
cuenta de que existe, otras lo toco y sonrío. Como la caja repleta de cartas
recibidas durante la adolescencia que se llena de polvo en el armario de casa
de mis padres. En ocasiones, saco una al azar y me muero de risa, una risa que
siempre da paso a la reflexión. Como mi oso amarillo, que no hace ruido, pero
siempre está dispuesto a que lo llene de rímel cuando las noches se hacen
largas, hace frío y me da por llorar. Como los álbumes de fotos antiguas que me
recuerdan la que fui un día.
Qué lánguida idea la del amor.
ResponderEliminarEn este caso, hablaba de amistad, que, por otra parte, no es más que amor, más puro si cabe.
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