Recuerdo que cuando era pequeña no quería crecer. Deseaba
con todas mis fuerzas quedarme para siempre, chiquitita, en esa cama cubierta
de peluches, capaz de convertirse en tren cada tarde. Tan bien escenificaba mi
papel de dama importante en el Orient Express y tantas cosas fascinantes
inventaba para ella que no me quedó más remedio que decidir, en secreto, que si
Peter Pan no lo remediaba, sería escritora y actriz. No pudo ser, o no quise que fuera, así que la única manera que se me ocurrió de estar cerca de esos a
los que miraba con admiración fue convertirme en periodista.
Recuerdo cuando el Periodismo era un sueño que me impulsaba
a moverme, a sacar mejor nota en las Matemáticas de 2º de BUP, a madrugar para
declinar en Latín en 1º de Bachillerato, a alimentarme de manera decente
durante la Selectividad ,
a sacrificar un verano de borrachera haciendo prácticas en una tele local…
Recuerdo la primera vez que entré en la redacción de El
Mundo. Me hacía gracia autodenominarme becaria. El primer día, pensé que jamás
aprendería a utilizar el Dreamweaver. Pasaron los meses y aquella mesa de la
calle Pradillo se convirtió en mi segunda casa. Guardo un especial cariño a los
cigarros, miles, compartidos con el becario que se sentaba a mi lado. Ese que
me gustó desde el primer momento, porque leía y para él la Literatura era mucho
más, era prácticamente su vida entera. Al fin y al cabo, no estaba sola tampoco
en eso.
Recuerdo el día que se acabó la beca, un año después. Mi
hermano celebraba su cumpleaños y yo tenía una disgusto tan grande que, antes
de llegar al restaurante, tuve que parar a vomitar en un bar horrible de la
calle Fuencarral.
Recuerdo sentirme unos meses bastante perdida, me pasé al
lado oscuro y probé suerte en una agencia de comunicación, pero no habían transcurrido
ni dos días cuando descubrí que aquello no era lo mío. Y sonó el teléfono.
Querían hacerme una entrevista en Recoletos y yo pensé que qué bonito sería
trabajar en una empresa con nombre de paseo. Apenas unas semanas después, volví
a llamar a las puertas del Periodismo, que, gustoso, me las abrió de par en
par.
Recuerdo Gaceta Universitaria. Las informaciones aburridas
sobre las universidades de Norte y Levante. Qué tiempos! Marta, Maite, un poco
después, Lourdes, Carolina y, por supuesto, Raúl. (La de carcajadas que me robó
Raúl... Me las seguirá robando, seguro!) Los mails descontrolados que volaban
de ordenador a ordenador poniendo verde a una mala compañera de cuyo nombre no
quiero acordarme. Los jueves de cierre. Las miles de páginas que había que
cerrar. Las confidencias en la escalera. Alguna que otra borrachera. La
sensación de ser joven. Las ganas. La noticia de que la sección de cine era
mía. Una entrevista a Alberto San Juan. Un cinefórum de una película de
Almodóvar. Sentir la ilusión en el estómago. Estar viva.
Recuerdo la reunión en la que nos informaron de que Unidad
Editorial absorbía Recoletos. Decir adiós a aquella redacción de locos que, en
el fondo, se querían y se odiaban a partes iguales. Y volver a entrar en la
redacción de El Mundo, que ya no estaba en Pradillo, sino en la otra punta de
Madrid. El reencuentro con algunos compañeros. La falta de luz.
Recuerdo el último número de Gaceta Universitaria. Ni
siquiera esperaba que con él se muriese una publicación de la que no hacía
mucho habíamos celebrado su 18 cumpleaños con una noche de las que no se
olvidan. Me pidieron que me fuera de vacaciones y volviese en agosto para
trabajar en UVE, sólo por un mes. Llegó Anika y me firmé una contra hablando de
Justin Bieber.
Recuerdo septiembre. A Isabel, a Rebeca, a Sara. Un equipo
de cuatro mujeres. Un gran equipo. Cuántas risas. Y ese reportaje elaborado a
ocho manos con un titular horrible, ‘Conductores letales’. Después… Bueno, lo
de después terminaré olvidándolo, pero no tiene nada que ver con ese sueño que
me impulsaba desde pequeña.
Ahora miro hacia delante y el futuro se ilusiona. Veo un
camino de brillantes baldosas amarillas y me veo a mí, con tacones rojos,
haciendo “chas chas”. Y mi sueño ya no es el mismo. Ahora se trata de ser
feliz.
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ResponderEliminarSeguro que vas ampliando la lista de tus recuerdos perequianos... Suerte.
ResponderEliminarCreo que pese a esos cierres infernales, los mejores recuerdos que guardo de esta empresa son aquéllos en Recoletos, en los que estábamos recién licenciadas y vivíamos con ilusión y algunas risas, intentando contener la ansiedad otras veces, aperturas disparatadas con hamburguesas, tomates azules y algún que otro James Bond que tanto nos unió.
ResponderEliminarTe va a ir genial!! Y yo seguiré ahí para verlo ;)
Muaaaaaa
Pd: se te ha olvidado recordar cuando queríamos mandar a cierta persona a Cambio radical!! Al menos para que se lavase los dientes!!
ResponderEliminarY cuando vomitaste en el lavabo porque esa misma persona abrió la puerta del baño y... cómo definirlo... fue asqueroso!!
ResponderEliminarMadre mía!! No me acordaba de ese momento, Jajajajajajaja. Q ascooooo
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